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Jess Martín

Yo soy hetero y no tengo ni día, ni mes.

Tenía 3 años cuando lo conocí y juntos íbamos a seguir hasta que mis padres decidieron mudarse, cuando yo tenía 13 años. Para el mundo era "el marica de la clase", sí, desde ya tan corta edad el chiquillo "apuntaba maneras"; pero la realidad es que para mí, era mi mejor amigo, mi pareja de baile, mi compañero de juegos y mi cómplice de trastadas. Ambos nos imaginábamos, por aquel entonces, formando un dúo espectacular que iba a llenar escenarios cuando fuésemos adultos... Nos separamos a una edad jodida, donde empiezan los cambios, donde nos descubrimos a nosotros mismos y a lo que nos gusta. No estuve ahí en su "transición" hacia su yo actual, no estuve ahí cuando confirmó su sexualidad, ni siquiera sé si el ya lo sabía desde siempre o lo descubrió más tarde; porque para mí, él no era el marica, él era mi amigo. A día de hoy sé que le va muy bien, sé que cumplió su sueño de ser un bailarín ejemplar, sé que conoció a la mayor de sus ídolas, la de los gorilas, y sé que por la noche se convierte en una persona que revive el ALMA de aquellos para los que actúa; pero no sé si lo ha pasado mal en el proceso, si lo han humillado o lo han maltratado, si le costó aceptarse y que lo aceptaran... Pero no importa, porque a pesar de todo, el reafirma su personalidad a día de hoy y no tiene miedo de mostrarse como es, ya sea en hombre o mujer, porque la realidad, es que es persona.


Cuando entré en el instituto, conocí al chico J. Este chico era diferente, él se declaraba como un hetero afeminado al que le gustaba una chica de su pueblo. Como todos los adolescentes, él también tenía sus cosas; y a pesar de que a mí me trataba regular, sé que en el fondo era un buen chico. Una vez, me comentó que cuando fuese mayor se iría a vivir a su pueblo, al norte, porque lo echaba de menos, porque notaba que ese no era su sitio. Sé que se metían con él, sé que era la "mariquita loca" de la clase; y él se defendía con la misma táctica. Más allá, hoy es feliz con sus vacas y sus cerdos, en su pueblo, el agrogay se proclama, sin miedo a mostrarse tal cual es, porque la realidad, es que es persona.


También en el instituto, recuerdo sus ojos temblorosos y llenos de miedo, cuando en medio de una clase de lengua me confesó su más reciente descubrimiento, era bisexual. No he visto una confesión tan aterradora como esa, y eso que me lo contaba a mí, su mejor amiga. El miedo hacía que se le quebrase la voz mientras hablaba, mientras me relataba cómo se había dado cuenta y quién era la culpable de sus nuevos sentimientos. Pensaba que en un mundo donde la adolescencia empezaba a dar coletazos de despedida, no íbamos a aceptar su sexualidad, sus gustos, sus colores; pensaba, que a lo mejor la humillaríamos o ya no querríamos salir más con ella. Yo pienso que es una de las personas más maravillosas que he tenido la suerte de conocer, yo pienso, que ojalá la tenga en mi vida muchos años más, yo pienso, que no la quiero por lo que le guste, la quiero porque la realidad, es que es persona.


Para terminar con mi adolescencia, os hablo de una mujer adulta, una mujer que ni confirmó ni desmintió nunca su sexualidad, ni dio explicaciones al respecto. Cuando llegué al instituto con mis 13 primaveras y un montón de hormonas en esfervescencia; lo primero que me dijeron al entrar es que la jefa de estudios era lesbiana. Pues esa mujer, lesbiana o no, todo los días se enfrentaba a clases de adolescentes con encefalograma plano que hablaban sobre ella, lo que hacía o dejaba de hacer en su vida sexual, sobre lo que le comía y a quién. Esa mujer, ha sido un referente en mi vida desde el minuto uno que la conocí, hasta que salí del instituto con todo lo que ella ha podido enseñarme, tanto académicamente como en valores y principios. Todos los días iba con su cabeza alta, se enfrentaba a nosotros y daba la clase con la mayor entereza posible; a pesar de las humillaciones, de los comentarios y los cuchicheos; su fuerza era mayor a todo eso, su fuerza me enseñó que hay que coger al toro por los cuernos y no tener miedo a nada. Porque lesbiana o no, la realidad, es que era persona (y una de las mejores profesoras que he tenido el gusto de conocer).


Historias como estas tengo miles, pero estas son las que han marcado mi vida, una vida en la que el miedo a veces no nos deja ser en nuestra esencia; una vida, en la que etiquetamos a las personas por su condición sexual, porque todavía hay gente que me habla de mi amiga la lesbiana o de fulanito el transexual. Como todos los días que sirven para concienciar o conmemorar algo, el orgullo tampoco me gusta, porque me indica que son personas que han sido maltratadas, humilladas y objeto de burlas por sentirse orgullosos de quienes son, de cómo son. Ojalá un día en el que no haya más días internacionales de absolutamente nada, porque hayamos aprendido a respetar y a ver más allá de las etiquetas, más allá de los gustos. Porque cada uno es libre de acostarse, comerse o vestirse como le venga en gana y eso, no es problema de absolutamente nadie. Ojalá se acabe esta etapa de ofrecer como dato informativo sobre alguien su condición sexual; ojalá llegue el día en el que a la gente, no se le quiebre la voz cuando confiesen que se han enamorado de alguien, o que vestirse del género contrario no suponga un problema para la sociedad. Ojalá se acabe el día del orgullo, ojalá, el orgullo sirva para algo, porque se nos olvida que, la realidad, es que somos personas.

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