Y de repente, en medio de todo este drama, estaba él... Un bebé que nació en su semana 38 después de pensárselo muchas horas, al que hubo que obligar a salir; un bebé, que pesaba 3'500kg y medía 50 cm; un bebé, perfecto a mis ojos, el resultado de dos personas que se querían, porque los hijos no son más que eso, el resultado de una unión de dos seres que en un momento concreto, deciden amarse y hacer magia, y entonces, se abre paso la vida.
Y allí estaba yo, imaginando mi nueva vida aún por construir, soñando despierta con lo que estaba por venir... De repente me había convertido en madre, madre biológica. De repente, mi vida tal y como la conocía iba a acabarse, pero yo aún no lo sabía, de repente una nueva normalidad iba a reinar en nuestro mundo, una vida nueva. Mi drama con el parto solo era una experiencia para aprender, para conocerme; porque cuando lo miraba, el resto no importaba; porque había resurgido de mis cenizas; porque estaba rota y tenía que recomponerme, y era urgente que lo hiciera, porque ese bebé me necesitaba entera, fuerte y feliz de tenerlo conmigo. Y pasó, pasó que al final; superé esa situación, aprendí de la experiencia; y ahora solo vive en mi interior; pasó que me recompuse, y salí más fuerte, más grande, más viva; pasó que, además, ya había alguien más en este mundo por quién luchar...
Y entonces pasó que perdí mi nombre, y ahora me llamo MAMÁ.
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