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Jess Martín

Un cuento de Navidad

CAPÍTULO I: LAS NAVIDADES PASADAS


Recuerdo (y extraño) las navidades pasadas.



En mi casa, las Navidades eran sinómino de reunión. Toda la familia se reunía en mi casa, el cuchitril en el que vivía por aquel entonces, ha sido testigo de las mayores fiestas, de todas las fechas especiales, de un montón de años nuevos, desde que tengo memoria hasta 2003, ese salón ha sido el escenario de todas mis Navidades pasadas. Cuando estábamos todos, cuando éramos eso que denominan familia, cuado no faltaba nadie...


A partir de 2003 empezaron las ausencias, las ausencias que más duelen ya os digo yo que son las que no se van... En mi caso eran mis vecinos, mis abuelos como yo les decía. Ellos fueron mis primeras ausencias navideñas, porque ya no eramos vecinos y ellos tenían su fiesta en el cuchitril contiguo al que nosotros habíamos dejado atrás. El nuevo escenario, ahora un poco más espacioso, también ha sido testigo de estas fechas muchos años, también ha sido testigo de muchas alegrías.


En ambos escenarios fui feliz durante Navidad, con una mesa en la que no faltaba detalle, una Noche Buena caracterizada porque siempre nos proponíamos cenar con el discurso del Rey y siempre terminábamos casi atragantándonos porque a las 12 llegaba Papá Noel. Papá Noel, que era mi padre disfrazado, siempre venía a mi casa a las 12, el día de Noche Buena; además, traía un saco enorme con un montón de regalos para todos. Cuando mi inocencia no me dejaba ver el parentesco, siempre le decía a mi madre que Papá Noel había querido ligar con ella, y siempre mi padre hacía como que se enfadaba.


Después de la visita y el reparto de regalos, Papá Noel se iba hasta el próximo año y yo era feliz, y esperaba ilusionada al siguiente 24 de Diciembre, da igual la edad, en las Navidades pasadas, la Noche Buena, era mi día mágino, porque venía Papá (el mío) Noel, y yo, era feliz.


¡Cuánto echo de menos las Navidades pasadas!




CAPÍTULO II: LAS NAVIDADES PRESENTES


Hace dos años que las Navidades han dejado un sabor agridulce en mi vida.



Sin duda es y será una de mis épocas preferidas del año. Sin duda, el espíritu navideño me posee cada año, por muy agridulce que este se presente.


En las Navidades presentes, la ilusión no me abandona; sigo creyendo en la magia de la Navidad y así espero transmitirselo a Rubén. Pero las Navidades presentes ya no son sinónimo de reunión; pues cada vez la mesa está más vacía, la palabra familia ha pasado a tener otro significado y me veo más desestructurada y dividida que nunca. En estas Navidades que me está tocando vivir, he aprendido a disfrutar de otra manera, echando de menos y sin echar de más.


Las Navidades presentes van a ser distintas y no sé muy bien cómo describirlas, cómo hablar de ellas y cómo plasmar en estas letras lo que siento; pero sé que tengo el deber de fabricar recuerdos bonitos, para las futuras navidades, sé, que la magia de la Navidad hará de las suyas para que el álbum de este año sea otro que guardar en la colección, junto con todos los demás. Las Navidades presentes, sin duda, van a ser las futuras ilusiones de Rubén, los recuerdos bonitos de los que él hablará el día de mañana, es mi obligación, que crea en la magia de la Navidad, que se deje embadurnar por las luces, los villancicos, la alegría, y todo eso que conlleva el espíritu navideño.



Me es inevitable cerrar el capítulo aquí, porque las navidades presentes pintan, cuanto menos, escasas, las celebraciones serán ligeras; no habrá copas hasta la madrugada, no habrá fiestas de fin de año ni sitios a los que salir, no habrá grandes reuniones... En mi caso, las reuniones van a ser más bien escuetas y algunas se puede decir que obligadas, obligadas por esa familia a la que inevitablemente perteneces por lazos de sangre (ya os dije que mi concepto de familia ha cambiado un poco últimamente) y con la que tienes un deber moral. Mis Navidades son agridulces, estoy cada vez más dividida; por un lado, la felicidad de tener a mi familia biológica, la felicidad de disfrutar como madre y la felicidad de ver que el espíritu navideño sigue en mí; en el lado amargo me encuentro que mis navidades presentes no son como las imaginaba, que cada vez la mesa se hace más pequeña y las celebraciones, más innecesarias.


CAPÍTULO III: LAS NAVIDADES FUTURAS


Confieso que me da pena pensar que mi salón no será el escenario de estas fechas.


El futuro es incierto, pero en mi caso, predecible. Sin poder asegurar cómo serán las navidades futuras, tengo claro que pienso disfrutar de todas las navidades presentes que pueda vivir, sin tener en cuenta el tamaño de la mesa, las sillas que no se ocupan o las copas que quedan en la botella y que no se van a tomar.


Lo único que me da miedo imaginar de las futuras navidades, es que me hagan perder la ilusión, que la magia de la Navidad se esfume y que el espíritu navideño me abandone.


¡FELIZ NAVIDAD!

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