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Jess Martín

PRIMERO DE PANDEMIA

¡Hemos superado el primer año de pandemia con éxito!


Hace justo un año que se decretó un Estado de Alarma en España por crisis sanitaria, una crisis sanitaria que ha hecho que se nos hayan olvidado muchas cosas.


Se nos ha olvidado, que hace relativamente poco tiempo, no respirábamos a través de una mascarilla, no vivíamos limitados en espacio ni teníamos horarios para salir a la calle, se nos ha olvidado, que hace poco más de un año, éramos libres.


Hay una canción de pimpinela, que titula al 2020 como el año que "se detuvo el tiempo" y no es verdad, el tiempo sigue, imparable, sin detenerse, no se nos ha parado el tiempo, se nos ha parado la vida, ¡nos han robado los sueños!


Hace un año que el ser humano dejó de ilusionarse, dejó de hacer planes a medio-largo plazo; hace un año, que hemos tenido que dejar de dar abrazos para "chocar los codos"; hace un año que respiramos a través de telas, y nos desinfectamos las manos con un gel inservible pero que se vende como churros pensando que así estamos superprotegidos, hace un año, que dejamos de ir a los bares y los parques han cerrado. Hace un año, que salir a la calle es algo parecido a delinquir cuando no lo haces dentro de tus límites municipales, porque sí, hace un año, que no somos libres.


En este año, íbamos a rescatar "lo mejor de la raza humana", en este año, nos hemos dado cuenta que no tenemos salvación, y que podemos llegar a ser todavía peor de lo que demostramos. Pero basta de generalizar, ahora voy a hablar de mí.


Como os he dicho, me han robado los sueños. Desde que Coronavirus nos gobierna, no se nos permite soñar, pues los planes están vetados si el plazo para realizarlos es más de dos semanas; no soy capaz de imaginar la vida de aquí a un tiempo, no soy capaz de ver un futuro cierto en mis pensamientos; y eso, como buena obsesa del control, me frustra.


En este año he aprendido lo poco valorado que estaban los abrazos, los de verdad, esos que te reconstruyen; he aprendido que el distanciamiento humano a veces nos desintoxica el alma; y he aprendido lo frustrante que puede ser una relación de pareja cuando ambas partes están en su peor momento y ninguno mira más allá de sí mismo. En este año, he aprendido cuánto tenemos que aprender (valga la redundancia) de los niños, esos mismos a los que infravaloramos y que pensamos que son inferiores por ser, precisamente, niños; creedme si os digo que algún día, esa inocencia dominará el mundo (sino nos extinguimos antes).


A mí no se me ha parado el tiempo, porque el tiempo sigue, ya ha pasado un año, a mí, se me ha parado la vida. El tiempo pasa, todo cambia y nada permanece (ya lo dijo Heráclito); las hojas de los árboles siguen cayendo, las flores que un día se abren al sol, otro se marchitan; el mundo sigue girando, sin detenerse; vamos sorteando estaciones, meses, días y horas, pensando que se ha detenido el tiempo; pero no, ahora solo somos meros observadores que vemos nuestra vida pasar, sin tener derecho a vivirla. Y dentro de ésta encrucijada de libertad robada, nada se detiene (entre tanto para, nada se detiene, lo dice Melendi) excepto nuestros sueños. Ya no soñamos, no vemos más allá, porque no se nos permite, no sé qué será de mi vida el próximo año, no sé si podré salir de aquí algún día, si podré hacer un viaje o volver a respirar sin mascarilla de por medio; no sé, si podré asistir a un concierto sin distancia de seguridad ni desinfectante de manos; no sé si podremos volver a aglomerarnos por semana santa (aunque no soy religiosa) o si volveré a ver la vida.


Esta incertidumbre, señor coronavirus, nos hace ser peores; no hemos mejorado como sociedad, no podemos. Señor coronavirus, siento comunicarle que, entonces, su experimento ha sido un completo y rotundo fracaso, porque ahora, cada vez que queremos disfrutar la poca vida que usted nos ha dejado, tenemos que justificar que hemos cumplido con las medidas de seguridad impuestas; cada vez que alguien hace algo "indebido" surge un nuevo policía frustrado; señor coronavirus, siento decirle, que esta especie, la que se considera superior, es, en cuanto a empatía y respeto, la más inferior del planeta.


Y de eso, nos dimos cuenta, hace justo un año.

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