Ya hace mucho que te fuiste en cuerpo, pero tengo claro que tu alma aún sigue por aquí, a mi lado. El 23 de enero, desde hace doce años, me pongo triste aunque no tenga motivos, pero es que el mayor de los motivos está ahí, te fuiste. A veces me gusta pensar que estás en un viaje muy largo, otras, pienso que es que vivimos demasiado lejos; pero sé que no es verdad, sé que esa última vez me dijiste que era hasta luego, pero es que este hasta luego está siendo demasiado largo.
Querido abuelo, me apena ver que no soy lo que creías que podía llegar a ser; creías en esa niña rebelde y alocada de 18 años, que imponía sus ideales, que siempre iba contra la corriente, aquella que iba a comerse el mundo; pues resulta, abuelo, que al final ha sido el mundo quien me ha comido a mí.
Últimamente te pienso demasiado, no te gustaría ver como están las cosas por aquí, no te gustaría verme de esta guisa, rota, hundida, desganada, triste y llorando todo el rato. Pienso que si estuvieses aquí, me dejarías tu bastón, para empoderarme al mundo como esa niña que un día fui y que sé que es tu recuerdo más preciado, lástima que ahora solo sea eso, los retales de la vida que soñé y que no tengo. ¡Cuánta fuerza me daba ese bastón para afrontar el mundo! Y cuánta falta me hace ahora para seguir adelante. A veces creo que ya no voy a poder más, que los pedacitos que se han roto son tan pequeños, que algunos se han hecho polvo y no podré recomponerme. Sé que tú me entenderías abuelo, es más, sé que si tú hubieses estado aquí las cosas serían diferentes.
Abuelo, ojalá Rubén te hubiese conocido, ojalá, yo supiese trasmitirle toda tu esencia, todo lo que tú me enseñaste a mí, porque tú, abuelo, me distes grandes lecciones de vida que espero poder aplicar siempre y nunca te di las gracias por ello. Abuelo, ahora estoy un poco menos triste, pues al fin de todo, aún me queda un poquito de ti, y eso me hace tenerte un poquito más cerca, porque tu cuerpo no está aquí, pero yo te siento conmigo.
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