Como opinión personal, estoy absolutamente convencida de que el 95% de los casos del fracaso de la lactancia materna exclusiva y a demanda, se debe única y exclusivamente a todos los opinólogos y opinólogas que surgen en el mundo de la maternidad, así que señoras y señoros A OPINAR A LA OPINERÍA.
Para comenzar esta historia, os introduciré en el maravilloso y (por desgracia) conocido y creíble mundo de los mitos de la lactancia materna:
Si tienes los pechos grandes, tu producción será menor y es posible que no te suba la leche.
Para producir tu leche materna, tienes que tomar un litro de leche de vaca por las mañanas, almendras y cervezas (entre otros).
Los alimentos que ingieres modifican el sabor de tu leche.
Si no tomas líquidos después del parto, la leche no te subirá.
Si tienes el pecho blando, es que no tienes leche.
La leche se "gasta" pasado un tiempo desde el nacimiento del bebé, por eso, hay mujeres que tienen más leche y otras que tienen menos.
Tienes que dar 10 minutos de cada pecho por toma, y si se queda con hambre, entonces necesita una "ayudita".
Tu leche no alimenta.
Durante las 24h de vida no puedes alimentar al bebé con lactancia materna y a demanda.
La lactancia materna duele.
Hay mujeres que son incapaces de producir leche.
Todas estas cosas me dijeron a mí, si, todas, la número 9 también, y ya os digo yo que todas falsas. Os voy a dejar un enlace directo a un vídeo de BabySuite by Pau para que conozcáis 10 mitos sobre la lactancia materna y así aclaréis dudas.
Dicho esto, y con todos esos "conocimientos" que os he enumerado más arriba, el inicio de mi lactancia materna fue horrible, así, con todas las letras.
Debéis saber, que si vais a alimentar a vuestro bebé con pecho, tenéis que estar absolutamente convencidas de que queréis hacerlo, confiar plenamente en vuestro cuerpo y no dejar que nada y NADIE os haga dudar de ello, vosotras sois poderosas y el alimento perfecto para vuestro bebé, y quien os haga pensar lo contrario merece que le soltéis una fresca sin vergüenza ninguna.
En mi caso, convencida de querer hacerlo, habiéndome informado para estar preparada llegado el momento y con la mentalidad lo más abierta posible, dudé, me hicieron dudar, y casi fracaso en el intento. Después de mi parto por cesárea, evidentemente no pude practicar el piel con piel con mi bebé, por lo tanto, ahí está el primer paso para que una lactancia materna fracase, ya que el piel con piel es prácticamente vital, aún así, no está todo perdido. Volviendo a mi historia, tuve la suerte de que una matrona estupenda se encargó de mi parto, y fue la que me ayudó a dar el pecho a Rubén prácticamente una hora después de nacer, ya que, como es normal, él me demandaba. No importa que el parto sea por cesárea, si os veis capacitadas para ello, reclamad vuestro derecho a amamantar a vuestro bebé, y pedid ayuda para ello si fuese necesario. En mi caso esta matrona de la que os hablo, este ángel sin alas, sostenía a Rubén ya que yo aún andaba un poco sedada por la intradural, y mientras ella lo cogía, yo podía alimentar a mi pequeño. Durante esa noche, su primera noche en el mundo, Rubén no dejó de mamar, y parecía que todo iba a ir bien, que había superado ese bache de "a lo mejor no te coge el pecho" que tantas veces me habían dicho que podía pasar. Pero no...
Al día siguiente, un señor enfermero, entró en la habitación, y al verme amamantando a Rubén, me prohibió que no lo hiciese, que en las primeras 24h de vida no se puede alimentar a un bebé, ya que no tiene hueco en su cuerpo debido al meconio, y que necesita expulsarlo para poder ser alimentado. El resultado de ese gran y maravilloso consejo fue una bajada de glucosa monumental en Rubén, que tuvo que ser recuperado con leche artificial porque no me dejaban ponerlo al pecho, lo que afectó bastante en mi subida de leche y practicamente arruina mis ganas de ejercer la lactancia materna.
Los días de hospital seguían pasando, y a toda esta situación hay que añadir a las opinólogas y opinólogos donde se desencadenan el resto de mitos, a una suegra y una madre que no creían para nada en la lactancia materna y que cuyo fin en la vida era el deseo de que diese leche artificial a Rubén, todo esto, junto con mi trauma por cesárea, junto con todo lo demás, provocó en mi una sensación de odiar al mundo que a día de hoy sigue creciendo por momentos, aún así, lo peor estaba por llegar.
Por si no fuese poco con la suegra metiche que solo sabía preguntar a cada rato por la subida de mi leche y añadiendo que había que dar biberones, apareció un señor que mermó por completo mis ganas de vivir. La última noche de hospital, yo me encontraba realmente exhausta, a toda esa situación había que sumarle que, para colmo, me había dado gastroenteritis y no paraba de vomitar, Rubén me demandaba, la gente opinaba y yo no era capaz de saciar el hambre de mi hijo, esa noche, exhausta, pedí como solución, que por favor diesen el último biberón a Rubén, para que se quedase dormido y yo pudiese descansar, porque yo no era suficiente para él, y porque, además, no tenía fuerzas para continuar con esa guerra que veía perdida; necesitaba dormir, y al día siguiente comenzar una nueva batalla ya descansada. Mi sorpresa fue cuando al pedir el suplemento de leche, aparece un "señor pediatra", todo soberbio, que se acerca a mí, me mira, y me dice (cito textualmente):
tú no estás capacitada para alimentar a tu hijo, así que si quieres lactar, empieza ahora y por lo menos eso que se lleva, porque eres la típica que cuando llegue a casa va a alimentar a su hijo de leche artificial, ya que no tienes el valor suficiente para enfrentarte a la lactancia materna. Dicho esto, se fue tan ancho, y allí me quedé yo, rota, y con todas las ganas del mundo de morirme...
Pero pasó, y al rato apareció la que sería mi ángel salvador, una señora que no sé muy bien a qué se dedicaba, la única señora que escuchó todo lo que yo tenía que despotricar sobre mi nueva maternidad, sobre lo horrible que eran las visitas, sobre lo cansada que estaba y sobre lo mucho que odiaba al mundo, una señora, que después de una hora escuchándome y secando mis lágrimas; me cogió la mano y me aventuró al mundo, poniendo a Rubén sobre mí, porque yo era capaz de alimentar a mi hijo, porque estaba capacitada para ello, porque quería hacerlo y nada ni nadie iba a impedirlo...
A los 13 días de nacer Rubén, subió mi leche, como una fuente que manaba de mí para alimentarlo a él, para hacerlo fuerte, hoy, 16 meses después, me gustaría decir a aquel señor que me consideró inválida para alimentar a mi hijo, que aquí seguimos, con una lactancia materna feliz.
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