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Jess Martín

La (Mi) Cesárea: Una cesárea no es para tanto

Fracasada, esa sensación a día de hoy aún me acompaña... 



Para mí, la cesárea fue como un "no has ganado, pero te llevas este estupendo y maravilloso aplauso del público". Una de las pocas cosas para las que se supone que una está biológicamente capacitada y voy, y lo hago mal.

Nadie te prepara para una cesárea (ni para una operación que no te esperas, en general), pero lo peor, es que nadie te prepara para lo que viene después. Hoy os hablo del postparto, no a nivel físico, sino lo que supuso para mí, la recuperación psicológica.


"Una cesárea no es para tanto". Esa frase rebota en mi cabeza todavía. Vaya por delante, que no entiendo la absurda competencia por demostrar qué parto es más complicado o quien lo pasó peor (de eso haré otro post). En mi caso, no entendí la gravedad de la cesárea hasta 9 días después, cuando tuve mi primera revisión y el matrón me preguntó: "¿Pero, tú estás bien? Porque a ti, te han operado". Antes de esa pregunta, pensaba que el problema era mío y que solo en mi psique era donde residía la gravedad del asunto, pero no, una cesárea es una operación, una operación complicada, con su postoperatorio y sus cosas de operación, y de eso todavía no somos conscientes, porque para la mayoría de la sociedad, una cesárea no es para tanto.


Ya os he contado el miedo que tenía a pasar por quirófano (en cualquier situación) y cuando tuve que hacerlo sentí como iba camino a vivir la peor de mis pesadillas. El trauma vino luego, al día siguiente, cuando la anestesia se pasó y empecé a tomar conciencia de lo que estaba pasando. Pasaba que había traído a la vida a un bebé, había sido madre, y mi cuerpo, no lo sentía así. Es como si te duermes, y de repente despiertas un con bebé, que sabes que es tuyo, pero que no sabes cómo ha salido de tu cuerpo. No has sentido dolores de parto, no has vivido un pujo, no has luchado contigo misma para que saliese por donde tienen que salir los bebés, y encima, tienes una herida con mil grapas intentando volver a cerrarse, pero en mi caso, en mi cabeza esa herida sigue abierta. 


Así que allí me encontraba yo, con mi bebé, casi 12 horas después del parto, partida en dos, inmóvil, cansada, con unas ganas enormes de llorar y dormir, y una habitación llena de personas que manoseaban a mi bebé, personas que yo no quería que estuviesen allí, que no respetaron ese momento de intimidad que se me había negado el día anterior. Además estaba desnuda y con los dolores típicos del postparto y la cesárea, porque, queridas lectoras, si sois primerizas y alguien con formación profesional para ello (sanitarios) os dicen que si eres primeriza y con cesárea es imposible que tengas entuertos, podéis coger, y decirle que dudáis mucho de su capacidad para la atención sanitaria tan frescamente, porque mis entuertos, os digo yo que eran reales, y dolorosos. Y con las mismas, estuve recibiendo gente hasta casi entrada la noche. 


Yo solo quería dormir y sanar mis heridas, sin nadie que opinase, que me dijese cómo me tenía que poner el niño en el pecho (ya tengo la saga preparada sobre mi drama con la lactancia), yo

solo quería estar sola, pero no pudo ser, porque una cesárea no es para tanto, y porque tenía que estar feliz de estar rodeada de todas esas personas ¡qué desagradecida era, encima que habían ido a conocer a mi bebé! No, no creo que fuese desagradecida, era una persona que necesitaba una paz y tranquilidad que nadie quiso respetar, era una persona que en aquel momento decidió que no quería traer más hijos al mundo porque se vio prácticamente violada, violada por un montón de personas a las que su ego les podía más que respetar a la persona que estaba en aquella cama, cama en la que llevaba ya 4 días y que aún o le veía fin a aquella tortura china...


Aún así, lo peor estaba por llegar, cuando esa noche, el dolor del puerperio se volvió más real que nunca, pero como las primerizas con cesárea no tenemos dolores postparto, no me dieron

ni un triste tranquilizante, ni un triste ibuprofeno, NADA, porque es imposible que una primeriza tuviera entuertos. A eso, hay que sumarle a mi desesperada madre, que en un alarde de llevar siempre la razón, no tuvo otra cosa que decirme que: "eso me pasaba por planear mi parto, ya que esas cosas no se pueden planear". Mi madre no entiende mi visión del mundo (pero eso es otra historia) y en aquel momento, lo entendía menos, porque claro, una cesárea no es para tanto.


Y en medio de toda esa vorágine de gente que violaba mi intimidad me encontraba yo. Rota, partida en dos y con una sensación de fracaso que era más grande que todo lo que me rodeaba. No servía para ser madre, no podía hacer mi trabajo de madre y eso me frustraba. No pude saber qué se siente cuando tu hijo sale de ti, ni cómo nada más nacer buscaba mi cuerpo, tampoco pude saber qué se siente al cambiar su primer pañal, y pasó mucho tiempo desde que yo solita pude cogerlo en brazos o acomodarlo en su cuna al dormirse. El primer porteo se lo dio su padre, porque yo ni siquiera podía con mi cuerpo al salir del hospital, y por supuesto tampoco pude disfrutar de su primer baño. Además, sentía a un bebé que me demandaba, que me necesitaba, y mi capacidad de atención para él se encontraba en un 30%, pues si no era capaz de cuidar de mi, cómo iba a sacar adelante a esa nueva vida, esa vida que demandaba alimento que yo no me sentía capacitada para proporcionarle porque ni siquiera podía girarme en la cama.


Nadie te prepara para una cesárea, nadie te prepara para sentirte vulnerable al mundo, para tener que depender de que alguien te bañe, te vista, incluso te acompañe al baño y te limpie el culo cuando cagas (hay cosas que es mejor decirlas sin abalorios), nadie te prepara para eso. Nadie te prepara para verte inservible, porque así era como yo me sentía, y así sentía que había fracasado. Y a todo este drama me sentí más fracasada cuando al tercer día de "parto" no subía mi leche, y mi suegra hizo intromisión en mi vida con sus dichosos biberones y sus consejos sobre alimentación infantil que nadie le pedía, porque así son las suegras... 




Después de todo esto, después de sentirme traicionada a mí misma, de haber fracasado en la misión más importante de mi vida, de verme rota, inservible, inútil para ser madre, incapaz de alimentar y cuidar de mi recién nacido vástago; después de ver como ese mundo maravilloso que te pintan y que se supone que es la maternidad yo no lo tenía, no veía los unicornios ni los arcoiris, no era feliz, no estaba feliz; después de verme derrotada, entendí, que tal vez, una cesárea, sí fuera para tanto...

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