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Jess Martín

La (Mi) Cesárea


Desde que tengo uso de razón, no hay cosa a la que haya temido más que a tener que pasar por quirófano. 

Como siempre os digo, todo lo desconocido es susceptible de darnos miedo, pero mi miedo hacia las operaciones es REAL, y durante el embarazo, la idea de una posible cesárea no dejaba de rondar por mi cabeza.


Si hay algo que me caracteriza es que no soy de las que fluye con la vida, necesito saber, necesito estar preparada para enfretarme a lo que venga, necesito conocer, y como a todas las madres primerizas, creo que no hay nada que nos asuste más que el momento del parto. 


Yo, como animal que me considero, quería un parto humanizado y natural en todos los sentidos, pensaba en nuestros antepasados, los más primitivos de toda nuestra existencia, y siendo sinceros, alguna mujer tuvo que hacerlo bien sino ninguno de nosotros estaríamos aquí, por lo que los partos ya se sobrellevaban de forma natural y espontánea desde que el mundo es mundo, y eso quería yo. No tengo nada en contra de la ciencia ni de los avances médicos, pero soy de la opinión de que el ser humano, como animal, ha perdido su instinto y yo no quiero eso, no quería eso. El cuerpo es sabio y yo necesitaba dejarlo trabajar, sobre todo en ese momento, pues no hay momento más puro, más instintivo y más animal, que el de crear y traer una nueva vida.




Durante todo el parto me informé para que, llegado el momento, el miedo no pudiese conmigo, para saber cómo gestionar los nervios, para saber llevar la situación... ¡a la porra la situación! Mi plan de parto era claro, conciso y super entendible para todos:


Quería un parto natural, humanizado y respetado en todo momento, sin epidural ni oxitocina, sin que fuese provocado, todo natural, que todo fuese humano, biológico, pues estamos creadas para eso. La cesárea solo se contemplaría si la vida de Rubén o la mía corrían algún peligro. Por supuesto, no quería a nadie que no fuese el padre de dragones en paritorio antes del alumbramiento, y una vez Rubén hubiese visto la luz, tendrían que respetar la decisión de esperar que nos subiesen a planta para poder conocer (que no coger, manosear o besar) al bebé. Esta última decisión era, porque como animal que soy, iba a alimentar a mi hijo de forma natural y biológica, con la leche de mis pechos, a demanda y de forma exclusiva, y por supuesto, como animal que soy, lo primero que iba a hacer mi hijo nada más nacer era olerme, necesitaba sentir mi calor, mi contacto, escuchar mi corazón ahora desde una nueva perspectiva y por supuesto, necesitaba recuperar fuerzas alimentándose de mí, porque como animales que somos, es lo que tenemos que hacer y es para lo que estamos más capacitados que para cualquier otra cosa.

Idílico ¿verdad? Pues siento decir que ese momento solo quedó en mi imaginación. La realidad fue mucho más cruel, la realidad fue que tuve que mirar al mayor de mis miedos a la cara, hacerle frente y salir victoriosa (que no ilesa) de la situación. La realidad fue, que estuve 15 horas en un frío paritorio después de dos días de espera. La realidad también fue que no pude elegir mejor compañero de vida que el padre de dragones, pues se comportó con la entereza y serenidad que a mí me faltaba, a pesar de la situación no perdió los nervios en esas 15 largas y angustiosas horas, (gracias por tanto, mi amor). La realidad también fue que yo veía el final del túnel y aunque no me gustaba ese final, necesitaba que llegase cuanto antes, pero no llegaba, la realidad también consistió en unos tactos poco respetados, dolorosos, insufribles, nada humanizados. A medio camino, la realidad también fue una epidural no deseada, pero a la que accedí, porque ya sabía que era mejor rendirse a la evidencia y esperar de la forma más sosegada posible que quisieran acabar con aquella situación. 80 horas (desde que fui ingresada) de espera, de las cuales 15 en un paritorio, oxitocina en vena, suplicando un final que se hizo esperar, una bolsa rota y todo el nerviosismo del mundo, esa fue, la realidad e mi parto.


Las palabras "vamos a quirófano" se clavaron en mi como mil cuchillos, pero sabía que era necesario, y me sentí fracasada. En defensa de la cesárea diré que no es tan mala como puedas imaginar, es un proceso rápido y eso creo que ayuda a "pasar" el trance. Pero yo, me sentí fracasada, me sentí fracasada como mujer, como animal, como madre. ¿Por qué mi cuerpo no había sido capaz de responder?


Después de una hora en la sala de recuperación, pude hacer piel con piel y dar el pecho a Rubén, con la supervisión de una matrona ya que aún me encontraba un poco sedada por la anestesia. Mi momento de intimidad, ese momento que tendría que haber sido de papá, mamá y bebé, lo pasé con una matrona en una sala de recuperación. Y lo peor estaba por llegar, porque llegó, porque pasó que todo el mundo quería conocer al nuevo miembro de este mundo, y la habitación se llenaba de gente que no se iba, personas que opinaban, que manoseaban y cogían a mi bebé sin mi consentimiento, gente que no respetaba que yo me encontraba allí, indefensa, exhausta, derrotada, partida por la mitad, con mi recién estrenada maternidad aún sin disfrutar, y que necesitaba esa habitación para mí, sola, sin nadie diciéndome cómo criar, alimentar, coger a mi bebé. Yo ya era madre, me acababa de estrenar como tal, sabía perfectamente lo que tenía que hacer con ese bebé que había salido de mí. Esa pesadilla duró todo el día, mi primer día como madre y tuve que compartir a mi bebé con un montón de gente, porque estaba indefensa, porque no tenía fuerzas para plantar cara al mundo, porque no respetaron en aquel momento que necesitaba ese momento de intimidad que me había quitado la cesárea, porque no entienden que una cesárea no es un parto, y duele, duele toda la vida...

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