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Jess Martín

El extraño caso de un embarazo normal



Junto con el test de embarazo que me dieron en la farmacia, venía un compañero que me iba a añar toda la vida, el miedo. Cuando ese test dio positivo, lloré, lloré de alegría, 
lloré de miedo, lloré de inseguridad... LLORÉ.

Mi embarazo no tuvo nada de especial para el resto del mundo, fue un embarazo normal, sin vómitos, ni mareos ni ningún otro síntoma que no fuese un instinto asesino más notable de lo normal, un festival de hormonas demasiado largo a mi entender, y un miedo constante a que algo fuese mal.


En mi embarazo, mi suegra se aferró a su papel de suegra tópico-típica y mi madre al de madre tópico-típica y eso lo llevé bastante mal...


Mi nuevo amigo: el miedo

Nadie le dice a una mujer antes de quedarse embarazada lo importante que es el miedo, un miedo que ya se transforma en parte de ti, en tu fiel amigo, tu sombra deja de ser tu sombra para convertirse en miedo...

Yo conocí el miedo cuando al dar la noticia, mi suegra tópico-típica dijo que lo mejor era esperar a la eco de la semana 12 para hacerse ilusiones y dar la noticia, ya que antes era muy probable que "eso no cuajara" y pudiera pasar cualquier cosa. Efectivamente, cualquier cosa pasó, y en la semana 9 tuve un sangrado, un sangrado que me hizo llorar los 20 minutos que dura el camino de mi casa al hospital, un sangrado que alentó mi miedo ya latente en mí, un sangrado que dolía, que me partía en dos a cada rato... Un sangrado que se convirtió en un "posible aborto" y un "reposo necesario". Un sangrado que se acompañaban de las frases "si lo pierdes ahora, no es para tanto", pero para mí, mi "no es para tanto" ya tenía un nombre y su primer babero, ya tenía una habitación de la casa elegida para él, ya tenía una mamá, un papá y dos hermanos mayores, mi "no es para tanto" se me iba sin yo quererlo... Ese "no es para tanto" te saca tus instintos asesinos más primarios, te destroza, te convierte en un arma de destrucción masiva capaz de llevar a cabo las torturas más crueles...

Ese día, cuando me vi manchada de rojo, el miedo me poseyó, me hizo suya, se quedó en mí para siempre, ese miedo ya nunca te abandona, ese miedo que te hace sentir un dolor que al principio es real, pero luego solo existe en tu cabeza, un miedo que te acompaña, que te despierta, que te distrae, que siempre está...


¡Es un niño!

Lo que os voy a contar es vergonzosamente común y, por desgracia, nos sentimos tan avergonzadas de no poder hablar de ello que a menudo lo callamos.

Cuando estás embarazada, todo tiene que ser maravilloso, pues estás embarazada, y no se permiten quejas desde que das la noticia, hasta que ya te mueras. ¡ME NIEGO! Yo siempre he hablado del lado negativo del embarazo y la maternidad, y siempre se me ha vetado, porque ¡ser madre es maravilloso! ¡JÁ! Ser madre cuando aún estás gestando es horrible, las hormonas se apoderan de tu cuerpo y no controlas absolutamente nada de él. Quejarse es bueno, y en mi caso, la primera depresión pre-parto apareció el día que me dieron la noticia: ¡ES UN NIÑO!

Cuando escuché esa frase me sentí traicionada a mí misma, pues mi fuero interno siempre me había susurrado que iba a ser una niña, una niña rubia con dos coletas, traviesa, guerrera, luchadora y rebelde como lo soy yo, pero no, en la lotería de la genética me habían colado un niño a traición. Y quise que me tragara la tierra, y lloré, y no me lo creía y pensaba que en la siguiente me dirían que había sido un error... ¡PERO NO! Es una situación tan subrealista, que nos negamos aceptarla, a comentarla, pero existe, y a la mayoría nos pasa, ¡hay estudios sobre eso! Con el paso de los días al final se olvida, y te ilusionas, y resulta que el sexo es secundario, pues lo quieres más que a tu vida sea lo que sea.


A opinar a la opinería

De por sí llevo bastante mal las relaciones humanas, cuanto más, si se convierten en maestros liendres sin fundamento alguno.

Odio que me den consejos que no pido y que encima, no tienen fundamento alguno. Todas las embarazadas vivimos esta situación, yo, lo llevaba extremadamente mal y la cosa fue a peor, porque los de mi círculo más cercano digievolucionaron a expertos y eso, fue "el drama de mi embarazo".

Viví mi embarazo con mi suegra tópico-típica y mi madre aún peor de mentalidad si cabe,dando consejos de toda la vida donde riete tú de la ciencia y del criterio médico. La chamanería barata y los remedios de la abuela como forma de vida estaban muy bien en el siglo pasado, pero la ciencia avanza, la mentalidad va cambiando y ¡oiga! que hay personas que se dedican a investigar, a hacer estudios y cosas para hacernos las vida más saludable, y hace 50 años no había los avances ni los conocimientos actuales... ¡Un poquito de criterio científico y mentalidad abierta, por favor!

Viví mi embarazo, imponiéndome al mundo, pues no me gusta que me domen, ya lucho yo conmigo misma a cada rato... Imponiéndome al mundo por no seguir las pautas establecidas por "los consejos de la abuela", imponiéndome al mundo por vivir un embarazo natural y por instinto, donde nunca vomité, nunca aborrecí nada, donde sacaba a mis perros y ¡sí! limpiaba sus cacas. Viví un embarazo escuchando a mi cuerpo, no, no me bebía un litro de leche al día para segregar mi leche propia, no, no dejé de comer carne de cerdo (siempre bien cocinada), no, no tuve una vida reposada, sí, seguí haciendo deporte dentro de mis posibilidades y con el consentimiento de los profesionales, no, no engordé más de 6 kilos porque no era necesario, y una larga lista que nunca terminaría de gilipolleces que me fueron contando a lo largo de los 8 meses y pico que duró mi embarazo, pero lo peor, estaba por llegar...


¿Y qué vas a hacer con los perros?

Lo peor de mí afloraba cuando me hacían esa pregunta. Para que quede claro, eso a lo que el resto del mundo llama "perros" (que sí, que lo son) para mí, son MIS HIJOS, no los he parido, no son de mi especie, pero los he criado, les he dado biberones cada dos horas, los he cuidado cuando han estado enfermos y los educo día a día, por lo tanto, son mis hijos, FIN.

Eran muchas las "recomendaciones" sobre qué debía hacer con Reo y Trufa llegado el momento de que Rubén llegase a esta casa:

1. Ir al patio

2. Abandonarlos a su suerte.

3. Entregarlos en una protectora.

4. Dejarlos a algún familiar hasta que Rubén fuese grande y pudieran volver a casa.

Cada vez que escuchaba algo así, petaba cual palomita en microondas.

Mis perros durmieron conmigo todo el embarazo, me acompañaban en mis noches en vela, me cuidaron, me seguían dando lametones y yo seguía sacándolos a pasear sin ningún problema. Nunca tuve problemas de toxoplasmosis ni nada parecido, no os dejéis engañar por esos "consejos de abuela" que desgraciadamente hasta los médicos siguen dando porque se ve que no han evolucionado en eso, si tienes perros sanos y cuidados, no tienes por qué tener ningún problema y no lo digo yo, ¡lo dice la ciencia!


El extraño caso de un embarazo normal

Quitando esas pequeñas "peculiaridades" siento decir que no voy a alimentar vuestro morbo con detalles sórdidos. Tuve un embarazo normal, un buen embarazo que me matuvo con la idea de repetir todo el tiempo que duró. Me siento afortunada de solo haber tenido un "susto" y que todo saliese bien, haber podido disfrutar de un embarazo sano, aunque si echo la vista atrás considero que no lo disfruté lo suficiente, me siento bien de haber vivido esa experiencia, esa sensación que fueron sus primeras pataditas o movimientos o lo que quiera que hiciera ahí dentro, esa tranquilidad de haber hecho en todo momento lo que consideraba que había que hacer, de haber bailado con mi bebé dentro, de haber paseado, de haber disfrutado en familia con mi panzota, ¡cómo se echa de menos esa panzota! He tenido un buen embarazo, una suegra tópico-típica que ahora como abuela es más tópico-típica aún, y sí, se puede ser peor, la muestra de ello es mi madre, que ha digievolucionado a abuela extraña, donde su criterio está por encima de toda educación posible y toda autoridad como madre que soy de la criatura.

Rubén nació a las 38 semanas, pero eso, es otra historia.

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